ventana principal

transeunteEn mi apartamento hay tres aves, a saber; dos canarios y un loro pequeño. Los canarios fueron un regalo de mi papá para mi hermana menor, y el loro fue comprado por esta última en la ciudad de Barranquilla movida por la compasión debido al mal estado del animal. Las aves, muy a mi pesar, se distribuyen en dos jaulas, a saber; una donde cabría un monitor tradicional de ordenador, en la que habitan los canarios y otra donde cabría apretado un loro pequeño traido de Barranquilla, por eso el loro solo entra en ella para dormir y el resto del día se pasea por sus alrededores. Las jaulas estaban frente a la ventana principal de mi apartamento y cada vez alguien que se acercaba a ella (cosa que hago cada cinco minutos por puro instinto para saber que el mundo sigue por ahí) el loro se encogía y picoteaba al aire tratando de alejar cualquier amenaza traida por el nuevo mundo. Esta imagen de fiera vulnerabilidad siempre me ha dado tristeza, y por no importunarnos el uno al otro, decidí no acercarme a la ventana y comprobar la existencia del mundo exterior de lejitos para no asustar al loro sin nombre.
Simplemente hoy me levanté a las seis y media de la mañana y mientras mis hermanos menores se preparaban para irse al colegio pude dissfrutar de correr las cortinas hacia los extremos para que entrara la luz. Me quedé un tiempo mirando por la ventana y pensé en lo extraño que resultaba algo tan repasado. Miré hacia mis pies y las jaulas no estaban, fueron desplazadas por reorganización pero asi se deberían quedar. Yo no asusto al loro y yo miro por la ventana. Todos felices.